domingo, 25 de octubre de 2015

La píldora de la felicidad.




Imaginaos que soy el distribuidor de un nuevo medicamento (aún por legalizar, por lo que habría que llamarlo más bien droga) realmente alucinante, al que llamaré de momento "felicitina". Esta milagrosa sustancia se introduce en el cerebro de quien la toma, descubre allí lo que realmente le hace feliz y produce a continuación una alucinación en la que sucede todo lo que desea. Esta alucinación es perfecta, indistinguible de la vida real, como uno de esos sueños maravillosos de los que nos cuesta trabajo despertar. La píldora no produce efectos secundarios nocivos y es, de momento, gratuíta. Vuestro cuerpo permanecería sano y cuidado en una cámara de congelación. Y para vuestros padres y amigos crearíamos un clon idéntico a vosotros para que no os echaran de menos. 

Podéis probar con una primera dosis, cuyos efectos duran 24 horas. La segunda dosis tiene efectos para toda la vida. Y lo mejor: una vez que toméis la segunda dosis: ¡no vais a acordaros jamás de que habéis tomado la píldora y de que vuestra vida de ensueño no es más que una alucinación!... Pues bien (suponed que estáis completamente seguros de que la pastilla funciona y de que es verdad todo lo que os he dicho) ¿LA TOMARÍAIS O NO? (Y POR QUÉ)...
Para convenceros del todo podéis escuchar este programa de radio

¡¡¡¡Los diez primeros compradores recibirán de de regalo un lote de películas!!!!*
* Las películas son: "Un mundo feliz" y "Matrix". Esta promoción está sujeta a que se consuma primero la píldora y solo estará disponible para direcciones del mundo virtual. 


Corazón de Oro contra el Doctor Infierno. ¿Es la bondad un asunto del corazón o de la cabeza?

Dicen que los simples e inocentes (es decir, los más ignorantes) son buenos. Los niños son buenos, dicen, hasta que los estropeamos los mayores y les enseñamos lo que no deben. Los nativos de las culturas más primitivas son buenos y puros, dicen, hasta que llegan los malvados colonizadores y les corrompen. Los hombres rudos y sencillos del campo son buenos, dicen, hasta que la civilización destruye su ancestral modo de vida… Ya lo cuenta el mito de Adán y Eva (y tantos otros): el hombre es bueno hasta que, pretendiendo saber más de la cuenta, rompe el equilibrio ecológico del paraíso y hace aparecer el mal y el pecado en el mundo... Al fin y al cabo, la bondad parece que es asunto del corazón. Y el que empieza a darle demasiada importancia al saber y la inteligencia pierde ese camino al que le conducían, sin pensarlo, sus emociones más puras, y se vuelve soberbio, ambicioso y malvado, como esos diabólicos seres de los cuentos y películas que ponen su inteligencia al servicio del mal…

¿Qué dirías tú? ¿Hay que ser sabio, inteligente, culto y sofisticado para ser bueno, o basta con tener un corazón de oro? ¿Qué hay de verdad (o de mito) en eso de que el niño, o el nativo, o el hombre del campo son, por lo general, bondadosos y nobles?




ACTIVIDADES.


1. ¿Se puede ser bueno sin saber, de forma consciente, crítica y reflexiva, qué es lo bueno?
2. ¿Has oído hablar del "mito del buen salvaje"? ¿Qué opinas al respecto?
3. ¿Saber lo que es bueno para uno mismo tiene relación con conocerse bien a sí mismo?
4. ¿Hay que ser sabio para ser bueno con los demás? ¿O es más bien cuestión de tener buen corazón?
5. ¿Tiene algo que ver el hacer el bien con conocer cómo es el mundo y cómo son los demás? ¿Por qué?
6. ¿Serán las personas con conocimiento e inteligencia más propensas al mal? ¿Y eso?

¿Era Peter Pan un pobre diablo?


¡Los niños son felices!, dice la gente (los niños que no pasan hambre, ni están enfermos, ni carecen de un entorno familiar aceptable, se entiende). ¡A veces soy feliz como un niño! (insisten). ¡Ah, recuerdo cuando era un niño feliz y sin problemas! (erre que erre). ¡No hay que dejar nunca de ser un niño!(dale que toma). ¿A qué viene tanto rollo con la infancia? ¿Es la infancia, de verdad, un paraíso feliz, como se empeñan en creer los adultos (no los niños, claro)? Esta claro que quien cree esto no ha observado con profundidad a los niños, cuyos sufrimientos habituales son tan terribles, al menos, como los de los adultos. En fin: ¿Es Peter Pan (o Michael Jackson, por citar un ejemplo más actual) un modelo a seguir?

Peter Pan es la historia del niño que no quería crecer. Pero resulta que los niños de verdad lo que más quieren es crecer. ¿Por qué será? ¿No tendrían que estar contentísimos de ser niños y quedarse tal como están? Pues parece que no, oye. A lo que más les gusta jugar es a ser mayores. Mitifican la edad adulta como un paraíso en donde por fin podrán hacer lo que quieran, tener lo que deseen, no depender tanto de los demás... Quizás intuyen que se lo pueden pasar mucho mejor siendo mayores; jugar a más juegos, y a juegos más complejos e interesantes... ¿Y tú, qué opinas? ¿Te irías a la isla de Nunca Jamás para ser por siempre un niño (como Peter Pan)? ¿O preferías vivir en el mundo de los adultos? ¿Son, de verdad, más felices los niños que los mayores?

martes, 20 de octubre de 2015

Lo que le dijo a Eva la malvada serpiente...

He aquí una nueva versión (descubierta bajo los cimientos de una casa arrasada por el ejército israelí) del famoso mito del génesis. Para sorpresa de los teólogos es una versión dramatizada. Esta traducido del paradisiés, un lenguaje de gruñidos y silbidos que según se cree se hablaba en el paraíso original...

Eva.- (Se refriega los ojos soñolienta) Bueeeno, pues un día más siendo feliz junto al oso panda y estos leones hambrientos tan graciosos. Adán seguramente habrá ido a retozar por la hierba y a que los buitres le rasquen la barriga...
La serpiente (que baja desde la rama de un árbol).- Buenos días Eva. Te veo muy bien.
Eva.- Natural...Esto es el paraíso, chica. Por cierto, no te habían prohibido acercarte por aquí.
La serpiente.- Sí, en este paraíso abundan las prohibiciones por lo que parece...
Eva.- ¿Por qué lo dices?
Serpiente.- ¡Jo, todo el mundo lo comenta! El Viejo os ha prohibido comer del árbol de la sabiduría...
Eva.- Ah, sí. Ya no me acordaba... Es la ventaja de ser como un niño. Se te olvidan en seguida las rabietas. ¿Y qué más se comenta de nosotros?
Serpiente.- Ja, ja. ¿De verdad quieres saberlo?
Eva.- ¿Eh? Bueno, yo... No debería... Pero ¡qué demonios! Me muero de ganas. Cuéntame antes de que vuelva Adán, que es un histérico con eso de la ley y el orden.
Serpiente.- Pues mira hija, la verdad es que no se dicen cosas muy buenas. Que mucho ser los reyes de la creación, pero que luego no tenéis personalidad ninguna. Que para qué tanto estar hechos a Su imagen y semejanza si no podéis hacer lo que hace Él y comer del árbol que os de la gana...
Eva.- Pero es que está totalmente prohibido comer del árbol del conocimiento.
Serpiente.- Sí, ya sé. Él os dicta lo que está prohibido, sin una sola explicación, y vosotros agacháis la cabeza y obedecéis. ¡Menudos reyes estáis hechos! Os trata como a niños de teta...
Eva.- Eso de saber debe ser muy malo, por eso Papá nos lo prohíbe. El sabe lo que nos conviene.
Serpiente.- ¿Y cómo sabes que saber es malo? ¿Lo has probado?
Eva.- No, pero me fío de Él. Tengo fe. ¡Es Dios, tía!
Serpiente.- Claro, y yo el diablo, no te fastidia. ¡Él que va a decir!... (Sibilinamente y en voz baja) ¿Y no te gustaría, Eva querida, saber qué efectos tiene comer del fruto prohibido?
Eva.- Eh... bueno. Aunque no sé si debería...
Serpiente.- Ja, ja, ja (ríe diabólicamente durante un buen rato). Para tener tanta fe quieres saber un montón de cosas hoy, ¿eh?
Eva.- ¡Venga, dilo ya, antes de que me arrepienta!
Serpiente.- (En susurros) El Viejo sabe que si coméis del fruto podréis ser, de verdad, como Él, sabios y poderosos. Y me temo que no le gusta la competencia...
Eva.- ¡Dios mío, no me lo puedo creer!
Serpiente.- ¿Cómo que no? ¡Te crees cosas mucho menos lógicas a lo largo del día gracias a tu famosa fe!
Eva.- (Que se ha quedado muda y pálida unos instantes, mira fijamente a la serpiente y le pregunta casi tartamudeando): ¿De verdad crees que podríamos ser como dioses?
Serpiente.- Ja, ja, ja... Mira, háblalo con Adán y llámame luego. Ya sabes mi móvil: 666...


Intenta ahora responder a estas preguntas...
1. ¿Es común a las religiones culpabilizar el saber? ¿Por qué?
2. ¿Puede un Dios (un padre, un gobernante, un profesor...) permitir que sus criaturas (sus hijos, sus súbditos, sus alumnos...) se le igualen? ¿No nos han hecho a su imagen y semejanza? ¿No quieren acaso lo mejor para nosotros?
3. ¿Por cierto, qué simboliza realmente la serpiente? ¿Un diabólico dragón o demonio? ¿Un príncipe que nos despierta del sueño (de la inconsciencia) de la infancia? ¿Una de esas “malas compañías” (temidas por nuestros padres) que nos “corrompen” al mismo tiempo que nos empujan a crecer? ¿O qué?
4. ¿Por qué crees que cuando nos prohíben algo nos entran tantas ganas de hacerlo?

La noche boca arriba. Un cuento de Julio Cortazar.

Tal como prometí, os dejo este cuento del genial escritor argentino Julio Cortazar (1914-1984), publicado en 1956, en su libro Final del juego. Espero que os guste.




La noche boca arriba



A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él —porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre— montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. «Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado...» Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. «Natural», dijo él. «Como que me la ligué encima...» Los dos rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaron la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. «Huele a guerra», pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
—Se va a caer de la cama —dijo el enfermo de al lado—. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. «La calzada», pensó. «Me salí de la calzada.» Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
—Es la fiebre —dijo el de la cama de al lado—. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.



¿Qué os ha parecido? Si queréis seguir leyendo sobre este tópico filosófico de la realidad y el sueño, también os recomiendo la novelita corta (y fascinante) La invención de Morel , de Adolfo Bioy Casares.

lunes, 19 de octubre de 2015

El mito de la caverna.



Imagina, dice Platón, unos hombres prisioneros desde niños en una oscura caverna. En ella viven atados de tal modo que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. Detrás de ellos se encuentra un pequeño muro y detrás de él, sin que los prisioneros puedan verlos, pasan unos extraños hombres hablando entre sí y portando objetos con figuras de cosas y animales; un poco más allá de ellos hay una hoguera. La luz de la hoguera ilumina a esos extraños seres y sus objetos de manera que la sombra de tales objetos se proyecta en el fondo de la cueva. ¿Qué será el mundo (pregunta Platón) para esos cavernícolas prisioneros? Ellos creerán, sin duda, que la realidad son esas sombras, así como los ecos de las voces de los portadores... (¿No nos pasa a nosotros lo mismo? ¿No creemos habitualmente que el mundo es lo que vemos y lo que nos dicen que es?)... ¿Pero qué pasaría si liberáramos a uno de esos prisioneros? Según Platón, se quedaría asombrado al comprobar que lo que creía que era el mundo no era más que la sombra de cosas y seres que desconocía. Y si lograra salir de la cueva y ver, no objetos que figuran otras cosas, sino las mismas cosas iluminadas por el sol, se sorprendería aún más, pues comprendería que los objetos y sombras de la caverna no son sino copias de las cosas, aún más reales, que existen fuera.... De hecho, se sorprendería tanto que, al principio no se lo creería. Pensaría que todo eso nuevo que ve no es sino un sueño, y que la realidad es lo que estaba acostumbrado a ver en la cueva. Y si, más tarde, se creyera lo que ve y bajara a la cueva a contárselo a los que allí permanecen "engañados", ¿no es cierto que lo tomarían por un loco y se reirían de él?... 



Otra forma de contar el cuento es esta. Imagina que la gente fuera criada desde pequeña en una butaca de cine, de manera que solo pudiesen mirar a una pantalla en la que constantemente se proyectaran imágenes sonoras. ¿No creerían que la realidad son esas imágenes?... Pero ahora imaginad que uno de esos espectadores lograra levantarse de su asiento y, mirando tras de sí, se diera cuenta de que todo lo que veía no eran sino imágenes proyectadas por el foco luminoso de una cámara en la que unos hombres estuvieran constantemente introduciendo películas. ¿No se llevaría una enorme sorpresa y le parecería, al principio, increíble?... 
¿Y si ese espectador pudiese salir del cine y observase el mundo exterior y se percatase de que las películas del cine no son sino una copia de la realidad que ahora ve, bajo la luz del sol, no se llevaría otra tremenda sorpresa y le parecería todo lo que ve increíble?... Y si volviera al interior del cine a contarle a los otros espectadores lo que ha visto, ¿no le tomarían por un loco y se burlarían de él?...  




Podríamos hacer una tercera versión, aún más actualizada, de este famoso cuento filosófico. Imaginaos a un grupo de personas que vivieran desde su nacimiento conectados a un equipo de realidad virtual: su cabeza siempre estaría metida en un casco con visor y auriculares, y el resto cubierto con un mono especial que les transmitiría sensaciones por todo el cuerpo. 
Estarían sentados de tal modo que no pudieran quitarse ni el casco ni el mono, y serían alimentados y harían sus necesidades a través de sondas. El casco y el traje se mantendrían siempre conectado a ordenadores programados para reproducir un vídeo juego (siempre el mismo) muy complejo. ¿Qué creéis que sería la “realidad” para estas personas? Seguramente pensarían que no hay otro mundo más que el de ese vídeo juego. Pero ahora imaginaos que a una de esas personas le quitásemos el casco y el traje, y le hiciéramos levantarse de su asiento. ¿Qué creéis que pasaría? Se daría cuenta, asombrada, que la realidad en la que creía vivir no era la “de verdad”, sino más bien una sucesión de imágenes, sonidos y estímulos eléctricos generados por un programa de ordenador. Es más, podría seguir investigando, y descubriría que esos programas reproducían o imitaban cosas y ruidos de un mundo que jamás había visto ni oído antes... Pero más aún, si intentase convencer a los que están acostumbrados a su realidad virtual de todo lo que ha descubierto, e intentase quitarles el casco y los guantes, ¿no podrían pensar que está loco y quiere atacarles, en lugar de hacerle caso?...


Pues bien, según Platón, la mayoría de los hombres viven como esas personas que hemos imaginado (en una caverna, en un cine, en un mundo virtual). Creen que el mundo es lo que ven y oyen (también lo que oyen que les dicen sobre él -en esa caverna, película o realidad virtual podría haber incluso un profesor de filosofía que les contase todo esto en unas clases o a través de un libro—), sin plantearse nada más. Y solo algunos (los filósofos) son capaces de “liberarse” de ese mundo ficticio (que sería como el mundo cotidiano en que vivimos) e iniciar una investigación para descubrir en qué consiste la verdadera realidad.




 Observa lo que sucede en alguna de estas dos películas: Matrix y El Show de Truman, y busca los paralelismos entre sus argumentos y el mito de la caverna. ¿Por qué crees que en todas ellas el protagonista descubre el "engaño"? ¿Cómo sabemos que a nosotros no nos ocurre lo mismo? ¿Serías capaz, por último, de crear una nueva versión del mito de Platón inventada por tí?



miércoles, 14 de octubre de 2015

El mito del nacimiento del Amor.



Cuentan que Platón cuenta, en su cuento titulado "El Banquete", como una panda de amigos, durante un banquete bien provisto de vino y alegría, comenzaron a discutir sobre ese tremendo demonio que es el amor. De todo lo que allí contaron os extraigo el cuento que Socratés contó sobre el nacimiento de Eros, el dios del Amor...

"(...) Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza), los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros (dios de la abundancia),el hijo de Metis (diosa de la prudencia). Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía (diosa de la pobreza), como era de esperar en una ocasión festiva, y se quedo cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. Por esta razón es Eros, por una parte, acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y es por naturaleza un amante de lo bello. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es,más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto,se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, buen cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y hábil con las palabras. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además,en el medio de la sabiduría y la ignorancia (...)"


¿Qué creeis que nos quiere decir Sócrates con este mito? ¿Qué significa que el amor o el deseo (Eros) sea hijo, a la vez, de la carencia y la abundancia, de la indigencia y la riqueza, de la ignorancia y la sabiduría...? ¿Tiene algo que ver este mito con lo que vosotros pensáis que es el amor?...





Aquí tenéis mi interpretación del cuento. Pero es solo la mía. Y aquí, su versión radiofónica.

lunes, 12 de octubre de 2015

Hijo, no quiero que acabes como Bill Gates

Aquí va otro artículo que os dedico. Me lo inspiró un lista con recomendaciones para los estudiantes que encontré en un aula.Trata de lo que debe ser la educación (y la vida, y el mundo...). A ver qué os parece.

viernes, 9 de octubre de 2015

¿Una educación sin filosofía?

Hace unos días que publique este artículo en un periódico digital. Como habla de VOSOTROS, pensé que igual os interesaba leerlo. Por supuesto, se admiten comentarios.

miércoles, 7 de octubre de 2015

El ser humano es "el animal insatisfecho"... ¿O no os satisface esta definición?



NO DECÍA PALABRAS (LUIS CERNUDA)





No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Auque sólo sea una esperanza
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.




LUCÍA (JOAN MANUEL SERRAT)







SATISFACTION (ROLLING STONES)








martes, 6 de octubre de 2015

¿Es mejor ser un deportista, un emprendedor... o un filósofo?


Contaban los viejos filósofos pitagóricos que hay tres tipos de personas que van al Estadio olímpico. Los atletas que van a competir. Los comerciantes que van a hacer negocio. Y los simples espectadores. ¿Cuál de estas tres actividades –se preguntaba— representa mayor “dignidad” humana? O, en otros términos: ¿cuál nos “realiza” mejor como humanos? Pensemos en el atleta. Su objetivo es saltar cada vez un poco más, o correr un poco más rápido. Se podría decir que su “vocación” consiste en parecerse a un canguro o a un leopardo más que a un hombre. En cuanto al negociante, su conducta está guiada por el principio de economía: lograr el máximo beneficio material al menor coste posible, exactamente igual que un animal (que solo hace aquello que le reporta beneficios tangibles). 

Tan solo el espectador, decía el filósofo, hace algo específicamente humano: contemplar el mundo, aunque no obtenga ningún beneficio contable de ello. El hombre es el único animal capaz de pasar las noches contemplando las estrellas, aunque no tenga ningún interés práctico en ellas, por pura admiración y afán de entender lo que ve. Y esta actividad puramente contemplativa o teórica es, justamente, lo que caracteriza a la filosofía. 

Así, la moraleja del cuento es que la filosofía es la actividad más específica del ser humano y, por tanto, la que más desarrolla o realiza nuestra humanidad. Y sin embargo, casi nadie se acuerda de ella cuando se habla de educación. Y sí, desde luego, del deporte o de la habilidad para los negocios. ¿No es esto un inmenso error? ¿O el error está en dedicarse a pensar en lugar de hacer cosas útiles? Ahora bien: ¿qué es realmente lo útil? ¿Seguimos pensándolo? (¿O mejor ver un partido de fútbol, o repasar las cotizaciones bursátiles?)




De los rayos de Zeus a los pedos de Estrepsíades. El paso del mito al lógos según Aristófanes.


Allá por el siglo V a.C., la filosofía estaba de moda (decían que servía para triunfar en sociedad, aprender a convencer a los demás de lo que quisieras, aparentar inteligencia, etc.). Pues bien, aquí vemos como Estrepsíades, un campesino viejo y anticuado, para estar a la moda (y resolver algunos problemillas con la justicia) pretende entrar en una "escuela para filósofos", dirigida por un tal Sócrates...  Nos lo cuenta Aristófanes, el gran cómico ateniense:


Estrepsíades.- Pero Zeus, según vosotros, a ver, ¡por la Tierra!: ¿Zeus Olímpico, no es un dios?
Sócrates.- ¿Qué Zeus? No digas tonterías. Zeus ni siquiera existe.
E.- Pero, ¿tu qué dices? Pues, ¿quién hace llover? Esto, acláramelo antes de nada.
S.- ¡Esas, claro! [señalando a las Nubes] Y te lo demostraré con pruebas de gran peso. A ver: ¿dónde has visto tú que alguna vez llueva sin nubes? Sin embargo, lo que tendría que ser es que él [Zeus] hiciera llover con el cielo despejado y que éstas estuvieran ausentes.
E.- ¡Por Apolo!, con lo que acabas de decir le has dado un apoyo al asunto éste. Y la cosa es que yo antes creía a pies juntillas que Zeus orinaba a través de una criba. Pero explícame quién es el que produce los truenos, eso que me hace a mí temblar de miedo.
S.- Estas [las Nubes] producen los truenos al ser empujadas por todas partes.
E.- A ver, a ti que no se te pone nada por delante: ¿cómo?
S.- Cuando se saturan de agua y por necesidad son forzadas a moverse, como están llenas de lluvia, necesariamente son impulsadas hacia abajo; entonces, chocan unas contra otras y, como pesan mucho, se rompen con gran estrépito.
E.- Pero el que las obliga a moverse, ¿quién es? ¿No es Zeus?
S.- Ni mucho menos; es un torbellino etéreo.
E.- ¿Torbellino? No me había dado cuenta de eso, de que Zeus no existe y de que en su lugar reina ahora Torbellino. Pero aún no me has explicado nada del estruendo y el trueno.
S.- ¿No me has oído? Las nubes, al estar llenas de agua, te digo que chocan unas con otras y hacen ruido porque son muy densas.
E.- Vamos a ver: eso, ¿quién se lo va a creer?
S.- Te lo voy a explicar poniéndote a ti como ejemplo. En las Panateneas, cuanto ya estás harto de sopa de carne, ¿no se te revuelven las tripas y de pronto se produce un movimiento en ellas que empieza a producir borborigmos?
E.- Sí, por Apolo, y al momento provoca un jaleo horrible y un alboroto; y la dichosa sopa produce un ruido y un estruendo tremendo, como un trueno; primero flojito, “papax, papax”, después más fuerte “papapapax”, y cuando cago, talmente un trueno, “papapapax”, como hacen ellas.
S.- Pues fíjate qué pedos tan grandes han salido de ese vientre tan pequeño. Y el aire éste, que es infinito, ¿cómo no va a ser natural que produzca truenos tan grandes?

(Aristófanes, Las nubes. 366-394, versión de E. García Novo. Alianza editorial, 1987)

¿Qué novedades presenta las explicaciones de Sócrates en comparación con las explicaciones míticas que cita Estrepsíades?

¿Por qué crees que tanta gente sigue prefiriendo las explicaciones míticas y religiosas a las científicas y filosóficas?