domingo, 31 de enero de 2016

Discotecas "divinas", y laboratorios "mundanos". ¿En qué se distinguen la religión y la ciencia?


Oscuridad y luces parpadeantes, música (un "chill out" a base de órgano y voz), un olor muy especial (a incienso, claro), palabras misteriosas y poéticas (no en inglés, pero a veces en latín) que se repiten, rítmicamente, como un mantra, como un rezo... A veces (en algunas "discotecas" sagradas) un animador o varios que bailan frenéticamente, como posesos... ¿Es para entrar en trance o no?...



Los ritos religiosos parecen tener como finalidad excitar las emociones (entusiasmo, temor...), generar sensaciones impactantes (incluso visiones y fenómenos por el estilo), y, desde luego, fortalecer la fe (ese modo de creernos algo por ciega voluntad). El objetivo del ritual parece ser el de "purificar" a los fieles de su entendimiento racional, liberarlos de su razón. Porque a veces la razón (el pecado de querer saber por nuestra cuenta y riesgo) es lo que separa al hombre del Creador. Una vez purificado, el creyente está preparado para recibir a Dios y a su Verdad revelada a través de la fe, la emoción, la visión...


Cambiemos de escenario: luz abundante y clara, silencio, un olor a desinfectante, palabras para nada poéticas entre un grupo de personas que discute y consulta sus ordenadores... No es una iglesia, es un laboratorio o aula. Los científicos intentan ser objetivos en su trabajo, de lo que han de "purificarse" no es de su razón, sino justo lo contrario: de la mera fe o creencia ciega, de las emociones particulares de cada uno, de sus subjetivas visiones del mundo... El objetivo no es recibir la Verdad revelada por Dios, sino descubrir la verdad desvelándola mediante la razón...




¿Tienes claras las diferencias entre religión y ciencia (entre saber irracional o racional)? Responde, si puedes, a estas preguntas:
1. ¿En qué crees que pueden parecerse la religión y la ciencia?
2. Ambas buscan la verdad, pero no del mismo modo. ¿De qué dos modos distintos buscan la verdad la religión y la ciencia? ¿Alguno de ellos te parece más apropiado? ¿Por qué?
3. Hay científicos que son, a la vez, creyentes religiosos. ¿Cómo explicas esto?



miércoles, 27 de enero de 2016

Suicidio y acoso escolar.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura



Hace unos días se hizo pública la impresionante carta de despedida de Diego, un chico de once años, que se suicidó hace unos meses en Madrid para evitar ir al colegio. Se aventura la hipótesis de que sufría acoso escolar, aunque el chico no reveló nada a sus padres, ni en el colegio – dicen – tenían el más mínimo indicio de la situación. Esto no prueba, en absoluto, que no existiera tal acoso: es muy normal que un niño acosado no denuncie el caso (ni a sus padres ni al centro), no ya solo porque corre el riesgo de que se ensañen con él, sino también – y esto es lo verdaderamente grave – por vergüenza y por miedo al rechazo de los otros. No hace falta ser psicólogo para saber que un adolescente que se presenta como víctima de sus iguales compromete seriamente su “prestigio” ante el grupo, incluso ante su familia y ante sí mismo. Y esto por más que su denuncia genere comprensión y compasión en otros muchos.

Por esto, creo que la solución al problema del acoso escolar no consiste, simplemente, en vigilar y castigar, ni en pedir al niño acosado que (¡encima de todo!) se enfrente al poder y se convierta en “delator”. Nada de eso sirve para casi nada. Incluso puede ser contraproducente. Todavía recuerdo cuando, de niño (cómplice pasivo, yo mismo, de acosadores), la más leve denuncia o queja ante los profesores condenaba al acosado (que todavía tenía cierta esperanza si aguantaba, se endurecía, y se encontraba otra víctima más débil que él) a la marginación absoluta – algo mucho peor, para un adolescente, que los golpes o los insultos –.

Tampoco vale hablar de derechos y valores como el que habla de la Santísima Trinidad. La Educación para la Ciudadanía y materias afines (borradas del mapa educativo, por cierto, por la malhadada LOMCE) son inútiles si en ellas no se discute, con argumentos comprensibles y convincentes, sobre los asuntos morales que subyacen al acoso escolar. Si algo no son los niños y adolescentes es tontos. Saben que la mayoría de los discursos sobre valores que rutinariamente declaman los adultos son hipócritas y vacuos. Es difícil encontrar a algún educador que sepa dar razones realmente convincentes de por qué hay que tolerar a los que son diferentes, o ser solidario con los más débiles (cuando, además, es mucho más divertido y “natural” burlarse o aprovecharse de ellos). Cuando yo estaba en la escuela, los floridos discursos de los profesores invitándonos a compadecer o respetar al alumno marginado no servían, normalmente, más que para aumentar nuestra antipatía por él.

De hecho, casi todo lo que representa realmente la institución y la vida escolar desmiente todo discurso posible contra el acoso. Como he escuchado decir estos días al filósofo y pedagogo Juan Antonio Negrete, el colegio es, intrínsecamente, una institución dirigida al acoso. Esto es, dirigida a inculcar en los niños la “dureza de la vida”, la competencia, el afán por el triunfo o, como gusta de decirse ahora, la excelencia, tanto en el aula (en donde se violenta constantemente a los niños con instrucciones, tareas obligadas y evaluaciones diarias), como fuera del aula, en donde los chicos se socializan en torno a modelos que destilan violencia y acoso (el emprendedor voraz, el deportista agresivo y obsesionado por competir, la mujer como objeto sexual...). Maltratar al chico, casi siempre demasiado sensible o inteligente, que no encaja en esos estereotipos, es parte del proceso de afirmación de quien los cultiva. Y esos valores y estereotipos son omnipresentes. En el centro educativo donde trabajo, y como conté aquí mismo hace unos meses (“Hijo, no quiero que acabes como BillGates”, 11/10/2015), las paredes de muchas aulas están adornadas con un panfleto donde se enuncian las reglas del éxito según un famoso empresario. En realidad, tales reglas se reducen a una: que la vida es un juego cruel de ganadores y perdedores, y que hay que prepararse y endurecerse para estar entre los primeros.

Así que, si de verdad queremos que casos como el de Diego no se vuelvan a repetir, tenemos que reflexionar sobre todos esos modelos que empujan a muchos chicos (y a no menos adultos) a percibir el mundo como una jungla en la que hay que pelear, competir, vencer y humillar a otros, para ser alguien en la vida. Porque esa percepción no se corrige, simplemente, con renuevos didácticos o recursos psicológicos. Se corrige, más bien, con el desarrollo del pensamiento crítico imprescindible para que los chicos puedan relativizar y eventualmente escapar de esos valores y modelos morales que los tiranizan (tanto a las víctimas como a sus verdugos). En educación no faltan innovaciones técnicas y pedagógicas, lo que faltan son teorías y decisión para afrontar lo que nadie parece querer afrontar de modo explícito: el problema de decidir en qué modelos y con qué valores queremos y debemos educar a nuestros jóvenes. Si la escuela ha de ser un instrumento de transformación social, y no solo un reflejo servil del statu quo imperante, debemos ser capaces de cuestionar y relativizar los valores vigentes e impedir que, como se desprende de la nueva ley educativa en vigor, se eduque a los chicos como a estudiantes coreanos, más pendientes de su rendimiento que de su bienestar y su integridad como personas. ¿Saben, por cierto, cuál es la principal causa de mortandad entre los adolescentes en Corea del Sur? Adivinen. El suicidio.


¿Puede un ciego de nacimiento saber lo que es el color azul? Empirismo vs. Racionalismo.


Los micrófonos ocultos de la Caverna captaron hace poco esta conversación entre un Empirista (E) y un Racionalista (R). A ver que os parece.

E: ¡Los datos, los hechos, el experimento bien hecho! Gracias a todo eso el conocimiento ha avanzado a pasos de gigante desde la revolución científica del XVII hasta nuestros días.
R: Es decir, que las ideas verdaderas son las que se corresponden con los datos, vamos, con lo que vemos.
E: Básicamente sí. En la ciencia también se razona y se deduce, pero la piedra de toque para verificar una teoría científica es que sus predicciones se correspondan con los datos observables. Es decir, que el astrónomo (por dar un ejemplo) diga que tal cometa va a pasar por el cielo tal día a tal hora y… ¡pase!
R: ¿Y cómo estás tan seguro de que esta concepción empirista de la verdad es la verdadera?
E: No te entiendo.
R: Sí. Tú dices que lo verdadero es lo que coincide con lo que ves. ¿Pero cómo sabes que esto mismo es cierto? ¿Por qué crees que sólo es creíble lo que ves? ¿Ves también eso? ¿Se ha demostrado con algún experimento que los experimentos son la forma adecuada de averiguar la verdad?
E: No es necesario. Tú, como yo, aceptamos que la verdad es la correspondencia de nuestros pensamientos con la realidad. Y la realidad es este mundo que vemos. ¡Es de sentido común!
R: Bueno, eso que tú llamas de sentido común yo lo considero, más bien, una teoría sobre la realidad. Y no hay que aceptarla sin más. Pero dejemos ahora eso. ¿Qué ocurre con las verdades matemáticas o lógicas, como que dos más dos son cuatro? ¿También estas verdades dependen de la experiencia, de lo que vemos o experimentamos?
E: Este es un asunto complejo. Pero yo diría que sí. Los conceptos matemáticos son una generalización a partir de nuestra experiencia con las cosas físicas. Percibimos cosas distintas pero a la vez similares (por ejemplo, distintos árboles o pájaros), y de ahí obtenemos el concepto de cantidad o número: dos árboles, tres pájaros… Y con la geometría igual: dicen los historiadores que nació en Egipto y Babilonia, por la necesidad que tenían allí de medir con exactitud las parcelas agrícolas… Todo conocimiento es "a posteriori", posterior a la experiencia.
R: No sé qué pensar. Todas las verdades que surgen de la experiencia son probables.
E: ¿Cómo probables?
R: Sí. Dependen de lo que observamos en el mundo físico, ¿no? Pero el mundo físico es cambiante, por lo que ninguna verdad será para siempre verdadera. Sólo podremos decir que, de momento, las cosas ocurren así, pero: ¿Y mañana?...
E: Cierto. Todas las verdades son probables.
R: Incluso la verdad de que toda verdad es probable debería ser, según tú, probable, y también ésta última, y ésta, y… ¿Hasta que el conocimiento sea absolutamente improbable?...
E: Eso me parece una exageración o, peor aún, una idea sin fundamento empírico.
R: Tal vez. ¿Pero de veras crees que las verdades matemáticas son sólo probables? ¿Sería posible concebir o imaginar un mundo en que dos más dos fueran cinco?... Por otra parte, dices que aprendemos los números a partir de la experiencia de ver cosas distintas y a la vez similares. Dejando el tema de cómo algo puede ser distinto y a la vez similar, ¿no te parece que para ver cosas, dos o tres o las que sean, hace falta ya conocer de alguna manera los números?
E: ¿De qué manera? ¿Insinúas que los bebés vienen al mundo sabiendo ya aritmética? Eso me parece ridículo. Nacemos sin saber nada, y menos aún matemáticas. ¡Con lo difíciles que son!
R: Eso también me resulta difícil de creer. Si los bebes nacieran sin ninguna capacidad lógica, ¿podrían aprender algo? ¿Podrían entender la más mínima instrucción que se les diera? ¿Podríamos aprender algo a partir de cero?

E: Creo que tienes razón. Pero eso no obliga a asumir que sepamos matemáticas al nacer, ni que vengamos con “ideas innatas” al mundo. Simplemente, el cerebro humano cuenta con ciertos mecanismos con los que procesar la información desde que empieza a recibirla.
R: ¿Es entonces la lógica una especie de mecanismo cerebral?
E: Bueno, todavía se sabe muy poco sobre el cerebro. Pero tal vez. Digamos que el cerebro funciona de cierta forma, y a que a eso luego le llamamos "lógica".
R: Que funciona de cierta forma quiere decir que funciona según la lógica (llamésmole como la llamemos). ¡Pero me cuesta trabajo creer que las leyes lógicas estén ahí, entre las neuronas, obligándolas a comportarse de cierta forma!
E: Eso es una caricatura, me temo. Hace falta estar muy puesto en psiconeurología para discutir de esto.
R: Vale. Pasemos a otro tema. Si la verdad depende de lo que veo, la verdad sólo será mi verdad. Pues mis visiones o experiencias sensoriales son personales e intransferibles. El conocimiento empírico sería así, además de probable, muy subjetivo. ¿No crees?
E: No, no creo. Una observación empírica no es lo que ve un sujeto cualquiera, sino lo que ve un grupo de expertos, que se aseguran de estar viendo lo mismo.
R: ¿Y cómo se aseguran de eso? ¿Puedo yo meterme en tu mente para saber que estas viendo lo mismo que yo?
E: No, claro. Basta con que describamos todos con exactitud lo que vemos.
R: O sea, que al final la verdad no es la correspondencia con lo que se ve, sino con lo que interpreta un grupo de expertos que se ve.
E: Claro.
R: ¿Pero cómo sabremos si su interpretación es correcta?
E: Porque son expertos en su ciencia. Saben mucho.
R: Pero yo creía que decías que el saber depende del ver. Y ahora me dices que el ver depende del saber. Esto del empirismo no es nada fácil.
E: Saber y ver dependen uno del otro.
R: Ya. ¿Pero son igual de importantes? ¿Se puede ver sin saber? ¿Podríamos ver algo de lo que no tuviéramos ni idea?...
E: Habría que pensarlo. Seguramente no.
R: Sí, mejor pensarlo que verlo. Yo creo que es imposible ver algo de lo que no tengamos ideas previas.
E: ¿Volvemos a las ideas innatas y los bebes sabios?
R:… Y por otra parte, creo que se pueden saber muchas cosas sin verlas, y ni tan siquiera imaginarlas, como las ideas matemáticas. Es más, estaría dispuesto a plantear que incluso un ciego de nacimiento podría saber perfectamente lo que es el color azul…
E: ¡Imposible! Por mucha física de los colores que supiera, no se puede saber del todo lo que es el azul si uno carece de vista.
R: ¿Quieres decir que hay cosas que no se pueden entender sin verlas?
E: Pues sí.
R: ¿Y que, por tanto, entender y ver son cosas distintas o, si quieres, partes distintas del conocimiento?
E: Sí.
R: Entonces ver no es entender, o, si quieres, ver es una forma de conocer que no tiene que ver con la inteligencia y las ideas.
E: Así es.
R: ¿Y no te parece que esto desdice lo que decíamos antes: que no se puede ver nada si no es a partir de ciertas ideas e interpretaciones?

1. Resume los principales argumentos de E contra R.
2. Resume los principales argumentos de R contra E.
3. ¿Qué opináis vosotros: sabemos según lo que vemos, o vemos según lo que sabemos?
4. ¿Podría un ciego de nacimiento, que contara con una teoría perfecta acerca de los colores, saber igual o mejor que nosotros lo que es el color azul?

lunes, 25 de enero de 2016

Racionalismo y empirismo. ¿Veo según lo que pienso? ¿O pienso según lo que veo?

Hay dos grandes teorías filosóficas sobre el conocimiento: el racionalismo y el empirismo. 

El racionalismo afirma que el conocimiento proviene fundamentalmente de la razón, es decir, de la lógica, y es previo e independiente (“a prori”) de la experiencia. Según el racionalista, la verdad la descubrimos a través de la mente, pensando de manera lógica (la verdad es lo que nos parece lógicamente evidente, o lo que deducimos de otras verdades lógicas). El "lema" del racionalista podría ser: "si no es lógico, no lo creo". Lo "bueno" de las verdades lógicas es que son necesariamente verdaderas (son verdad siempre); lo "malo", según algunos, es que no sirve para conocer el mundo que vemos (solo conoce mundos ideales, como el de las matemáticas). Para más detalles sobre el racionalismo, pulsa aquí





El empirismo afirma que el conocimiento proviene fundamentalmente de la experiencia de los sentidos (es “a posteriori”). Según el empirista, la verdad la descubrimos observando el mundo en el que vivimos (la verdad son los datos que obtenemos a partir de observaciones y experimentos y lo que inducimos a partir de tales datos). El "lema" del empirista podría ser: "si no lo veo, no lo creo".
Lo "bueno" de las verdades empíricas es que parecen servir para conocer el mundo en que vivimos; lo "malo" es que solo son verdades contingentes o probables (pueden no ser verdad en cualquier momento). Para más información sobre el empirismo, pulsa aquí.


No hace falta añadir que los saberes puramente racionales mantienen (explicita o implícitamente) una teoría racionalista sobre el conocimiento, y que los saberes empírico-racionales suponen, en cambio, una teoría empirista del conocimiento. 



El debate entre racionalismo y empirismo es uno de los más importantes en la filosofía. Se puede plantear de forma sencilla, preguntándonos que es más fundamental para saber lo que son las cosas: PENSAR o VER. 

¿Veo según lo que pienso? ¿O pienso según lo que veo?... 
¿Puedo ver sin pensar lo que veo? ¿Puedo pensar sin ver lo que pienso?...
¿Una palabra vale más que mil imágenes? ¿O una imagen vale más que mil palabras?...

A veces, los racionalistas afirman que todas nuestras ideas son innatas, y que las cosas que vemos solos sirven, a lo sumo, para recordarlas. Los empiristas, en cambio, suelen afirmar que venimos al mundo con la mente vacía y que es después de ver las cosas como empiezo a tener ideas... 

¿Qué piensas tú? ¿Cómo lo ves?... 

Imagina este caso. Supón a un ciego de nacimiento, experto en física matemática, que hubiese descubierto una teoría sobre la luz y los colores prácticamente perfecta. ¿Sabría ese ciego, mejor que una persona vidente cualquiera, lo que es el color azul?....






martes, 19 de enero de 2016

¿Qué serías capaz de hacer en un concurso de TV? Una réplica moderna del experimento de S. Milgram.

¿Somos capaces de hacer cualquier cosa si nos lo ordena alguien con autoridad? Aquí podéis ver un escalofriante experimento, en vivo, para intentar verificar esa hipótesis. Es interesante que os deis cuenta de cómo se diseñó (para que tuviera validez científica). Además, se hizo a partir de otro, mucho más antiguo, diseñado por el psicólogo S. Milgram durante los años 60. ¿Serías capaz de diseñar tú otro, distinto al del documental, para probar la misma hipótesis?

martes, 5 de enero de 2016

¿Cómo funciona la ciencia? Los saberes empírico racionales.


Los saberes empírico-racionales son aquellos cuyas verdades se justifican por evidencia experimental (por observaciones y experimentos científicos) y por inducción (generalización a partir de una cierta cantidad de datos experimentales). Por ejemplo, la verdad del enunciado “el agua hierve al alcanzar los 100 grados centígrados” será demostrada de modo empírico racional si una cantidad suficiente de experimentos indican que el agua sólo hierve al alcanzar los 100 grados. Como se supone que los experimentos permiten obtener respuestas directamente de la realidad (al menos, de su aspecto material y observable), los enunciados cuyo contenido es corroborado por los experimentos muestran, así, su correspondencia con la realidad y, por tanto, su carácter verdadero y objetivo. A los enunciados así demostrados (y con los que, en su mayor parte, se forman las teorías científicas) se les llama "enunciados empíricamente verdaderos", o "verdades de hecho"...

Como veis, a las verdades empíricas les ocurre como a las verdades lógicas: se pueden lograr de modo más directo (por evidencia experimental) o más indirecto (por inducción). A las verdades empíricas obtenidas por evidencia experimental también se les denomina "datos" o "enunciados observacionales", y son de carácter particular, es decir, expresan los resultados de observaciones concretas (por ejemplo: tal día, a tal hora, y en tal lugar, una cierta cantidad de agua hirvió a cien grados). De otro lado, las verdades empíricas obtenidas por inducción, constituyen las proposiciones más importantes de una teoría científica: sus tesis, teoremas, leyes, etc., y tienen siempre una forma general o universal, del tipo "Todo X es siempre Y" (Por ejemplo: "Toda cantidad de agua siempre hierve a 100º".). Las verdades inducidas dependen de los datos, pero, por su forma y significado universal, son más fundamentales que los datos para construir las teorías. Veamos ahora, con más detalle, como se producen ambos tipos de verdad empírica. 

Una verdad es empírica por evidencia observacional (es decir: es un enunciado observacional) si en ella se enuncian datos obtenidos de observaciones y experimentos que satisfagan ciertos requisitos: (a) todos los elementos o “variables” que vayamos a tener en cuenta (o puedan interferir) en el experimento u observación deben estar definidos y sujetos a control; (b) todos los datos relevantes para el experimento deben estar cuantificados con exactitud; (c) todos los pasos del proceso experimental deben estar predeterminados y deben poder ser ejecutados por cualquier experimentador que desee hacer el mismo experimento; (d) las conclusiones del experimento deben tomarse por acuerdo entre todos los experimentadores que han participado en el mismo.

 Por ejemplo, en el caso de que hiciéramos un experimento para demostrar que es cierto el enunciado “el agua hierve a 100 grados”, tendríamos que diseñarlo de manera que estuvieran definidas y controladas variables tales como el tipo de agua de que se trate, el tipo de termómetro con el que medimos su temperatura, la latitud, longitud y altitud del lugar en el que realizamos el experimento, la temperatura ambiente de dicho lugar, etc. (condición a). También tendríamos que cuantificar con exactitud datos tales como la composición del agua, la temperatura inicial y final, etc. (condición b). Los pasos del proceso deberían estarían claros, por ejemplo: en primer lugar se separarían tres probetas con cantidades distintas de agua pura, a continuación se calentarían a velocidades distintas, etc. (condición c). Finalmente, se admitirían resultados tales como: “observamos que el agua ha comenzado a evaporarse en el momento en que en cada probeta se ha alcanzado la temperatura de 100 grados” siempre que todos los investigadores participantes (o una mayoría significativa) afirmen observar lo mismo (condición d).

Las verdades empíricas obtenidas por inducción (los teoremas, leyes, o tesis empíricas de una ciencia) son aquellas que se obtienen por "generalización" a partir de un número suficiente de enunciados observacionales (o datos). Por ejemplo, yo solo podría afirmar que el enunciado "El agua siempre hierva a 100 grados" es cierto cuando dispongo de una cantidad suficiente de enunciados observacionales (resultado cada uno de ellos de un experimento u observación) que coinciden en afirmar que tal o cual cantidad y tipo de agua hierve a cien grados al calentarla de tal o cual modo y en tal o cual circunstancia. La inducción es muy utilizada en la ciencia moderna y consiste en justificar la verdad de un enunciado con significado universal y que es imposible de comprobar directamente (por ejemplo, que “todo los cisnes son blancos” es un enunciado que yo jamás podré comprobar) a partir de una suma de enunciados que sí podemos comprobar por observación (Este cisne que vemos es blanco; aquél cisne que vimos ayer era blanco, etc.). Naturalmente, esto implica un "salto lógico", pues "muchos" jamás equivaldrá a "todos". A este problema se le llama "el problema de la inducción". De otro lado, la inducción no puede proporcionar verdades "necesarias" (como las de los saberes lógicos), pues, por muchos que sean los casos o datos (la cantidad de veces que hayamos observado al agua hervir a 100 grados o a los cisnes ser blancos), esto no obliga a que siempre tenga que ser así: siempre cabe la posibilidad de que el agua deje de hervir a esa temperatura o de que nazcan cisnes no blancos...



En esta presentación podéis ver cómo funcionan los saberes empírico racionales (es decir, la ciencia):